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UN PASEO POR «LAS CALLES ENEMIGAS», NOVELA PREMIADA DE ROBERTO MARCALLE ABREU.
(Conferencia pronunciada por el escritor Eduard Tejada en la Feria del Libro de la provincia Sánchez Ramírez el pasado 5 de noviembre del 2018).
“Los artistas mienten para decir la verdad,
mientras los políticos mienten para ocultarla”
V, en V for vendetta
Muchas obras de ficción van más allá de su mera función de entretener.
El hecho de construir personajes en un tiempo y en un espacio determinados liga tácitamente sus pensamientos y comportamientos al contexto, al ambiente o a la atmósfera en que se crean.
El arte se ha constituido en un medio poderoso para la crítica social. Esto abarca el cine, la música (recordemos la canción protesta), y por supuesto, la literatura no escapa a ello.
En el contexto dominicano, quizá el mejor referente de la literatura como medio idóneo de denuncia social sea Over, de Ramón Marrero Aristy, sobre los maltratos a los trabajadores de la industria azúcar y la desigualdad social.
En esta charla vamos a examinar algunos pasajes de Las calles enemigas de Roberto Marcallé Abreu, magnífica novela en las que se pueden apreciar elementos de nuestra realidad social, verdades incómodas que muchas veces preferimos ignorar.
Condiciones socioeconómicas y violencia
Desde la teoría económica sobre la delincuencia se nos dice que existe una relación inversa entre el comportamiento de la economía y la delincuencia, de tal forma que si la economía crece, la violencia y la delincuencia tienden a decrecer y viceversa.[1]
Sin embargo, en el caso dominicano se da una especie de paradoja, puesto que, la tasa de homicidio crece independientemente del crecimiento del PIB/CÁPITA. Este fenómeno “anormal” que se da en nuestro país algunos lo han denominado “Violencia Inercial”, término usado por otros autores como “inercia criminal” (Fajnzylber et al., citado por Perry, Guillermo, 2000), ya que contrario a lo que predicen las teorías económicas sobre el comportamiento antisocial, la violencia muestra una gran resistencia para decrecer, no obstante mejoren algunos de las causales que la mantienen en cierto nivel.[2]
Cap. 4
P. 37
“Abordó otro concho que, tras retomar la avenida Duarte, cerca del liceo también bautizado con el nombre del patricio, debía dejarlo en Villas Agrícolas. Frente a sus ojos recorrieron, en orden descendente, los encumbrados edificios levantados en los límites de la avenida 27 de Febrero. Las vías construidas en lo alto, zigzagueantes y panorámicas, en fecha más reciente…
Asomando en las intersecciones, como en sospechosa vigilia, observó el decaído panorama de una ciudad de casuchas irredentas levantadas en los límites de calles estrechas y aceras deterioradas, donde sobrevivían, como fantasmas relegados al olvido y en condiciones imposibles, personas de un existencia que orillaba lo marginal y el desamparo absoluto”.
Ps. 38 y 39
“…el abandono y el descuido resultaban evidentes: la ausencia de vigilancia oficial; los continuos pillajes de prendas y celulares a transeúntes por veloces y osados motociclistas, los llamados pasoleros; los robos a mano armada, perpetrados por antisociales que tenían sus guaridas recónditas en San Carlos y Villa Francisca; la insostenible tarifa de la energía eléctrica, pese a los apagones de catorce horas; el ambiente fétido provocado por las montañas de desperdicios que se recogían solo de vez en cuando, ocasionalmente.
Y, por supuesto, el acoso de las autoridades que para esos menesteres sí eran eficientes y estrictas: impuestos inconcebibles y desproporcionados, pagos intimidantes a la seguridad social… Ocurre en todas partes, se dijo. La vida es cada vez más complicada. Más imposible”.
Factores como el bajo nivel de ingreso, acompañado de un modelo de crecimiento o desarrollo que favorece una distribución del ingreso muy injusta, elevados niveles de pobreza y políticas sociales de poca eficacia, han contribuido a la elevación de las tasas de violencia y delincuencia hoy presentes en la sociedad dominicana. A eso hay que sumarle problemas como la urbanización anárquica, el alcoholismo, la proliferación de las armas de fuego y el tráfico y consumo de drogas que fomentan la aparición de los delitos o conductas indeseables.
Cap. 8
P. 63
“La ciudad que divisaban sus ojos era una ciudad deslucida, abandonada, fea. Parches de asfalto y tierra en las calle, huecos por doquier, aceras destrozadas, bordillos rotos. Casas y edificios en empañada aproximación. Colores disipados y rancios. La atmósfera del desánimo irremediable. Cuando ascendieron por el elevado la avenida 27 de Febrero, el panorama se transformó levemente: a un lado, contempló abstraído los burdos caseríos de San Carlos, Villa Francisca, Villa Consuelo y Villa Juana y unas cuantas construcciones de varios pisos, chatas y sin adornos…
De repente, la ciudad sufrió una mutación inesperada: torres de arquitectura posmoderna, extensas avenidas, centro comerciales portentosos. Elevados y túneles. Era otra ciudad. La transición era violenta, insalvable”.
El fenómeno de la anomia social
Es mucho lo que se ha escrito sobre la organización de la sociedad y la forma como ésta influye en la vida de los individuos. Émile Durkheim, uno de los teóricos cuyos postulados tuvieron mayor relevancia en ese tenor, señala que la sociedad es la encargada de integrar a los individuos que la forman y de regular sus conductas a partir de del establecimiento de normas. El autor expresa que si la sociedad cumple adecuadamente, tanto la colectividad como cada uno de sus miembros, lograrán un orden estable que les permita desarrollarse plenamente. Cuando esto no ocurre, y la sociedad cae en una situación de anomia, pierde su fuerza para regular e integrar a los individuos, pudiendo producirse consecuencias adversas tales como el suicidio estudiado por Durkheim.[3]
La anomia es, para las ciencias sociales, un defecto de la sociedad que se evidencia cuando sus instituciones y esquemas no logran aportar a algunos individuos las herramientas imprescindibles para alcanzar sus objetivos en el seno de su comunidad. Esto quiere decir que la anomia explica el por qué de ciertas conductas antisociales y alejadas de lo que se considera como normal o aceptable.
El concepto tuvo un gran impacto en la teoría sociológica y fue retomado por otros teóricos que lo aplicaron para estudiar diversas problemáticas. En particular, resulta interesante la perspectiva de autores tales como Talcott Parsons, Robert Merton, Harold Garfinkel, Herbert McClosky, entre otros.
Este fenómeno parece ser el que mejor describe los niveles de delincuencia que se registran en nuestro país. Se aprecia una subversión del orden social desde el propio Estado, no hay un régimen de consecuencias frente a los actos delictivos de las autoridades y , como por fuerza de gravedad, esos comportamientos bajan a las capas inferiores de la sociedad.[4]
La anomia social en la realidad dominicana significa que se ha hecho difusa la línea que separa lo bueno de lo malo. El desorden, el despilfarro y el saqueo al erario público agudizan la desigualdad y crean desconfianza en la funcionalidad del sistema, esto se traduce en una desolación social y en un sálvese quien pueda.[5]
Cap. 10
P. 77
“Taxistas y advenedizos se adueñaban de los paseos, los parques y las aceras liquidando los antiguos silencios con sus chácharas vulgares y estentóreas y sus comportamientos deleznables. Los establecimientos cerveceros, caricaturescos y destemplados, se establecían sin ningún control en cualquier espacio disponible y, desde anticipadas horas de la mañana, vagos, vendedores de narcóticos y logreros de la peor calaña se acomodaban en sillas plásticas a escandalizar y airear sandeces”.
P. 78
“…La circulación de autos destartalados guiados por taxistas desfachatados y groseros que se adueñaban por las malas de las calles, agredía hasta la asfixia al común de las personas.
Chóferes de guaguas y camiones se desplazaban a velocidad suicida provocando el espanto de los pasantes indefensos a quienes asustaban con su bocinas escalofriantes; estos se veían forzados a dejar la calle temerosos de ser atropellados por aquellos delincuentes a los que nada parecía importarles”.
Así las cosas, el ciudadano se encuentra desprotegido por las instituciones, muchas veces no encuentra respuestas y para que se les preste atención tienen que recurrir a “padrinos” o cuñas. En los medios de comunicación hay dos principales reclamos: justicia y mejoría en los servicios básicos.[6]
Capítulo 12
P. 87
“Fue a darle el pésame aunque ignoraba cómo se enteró de la amarga noticia. El aceptó silencioso y recogido sus palabas. Apenas permaneció algunos minutos en su negocio. Casi todo el tiempo se mantuvo callada y taciturna, como si se tratara de su manera de participarle su compasión, solidaridad y tristeza. Al despedirse, le dijo no solo a él, sino a todos los presentes que, en ese instante, se encontraban en su entorno:
—Nos han cambiado el país. Ya no conocemos a la gente, ni las calles, ni nada. No sabemos donde vivimos ni con quién…
Las palabras dejaron a Jesús Altagracia pensativo, abrumado. La aleccionadora presencia de la señora, su actitud solemne, sus observaciones y la tragedia que horadaba sus entrañas le llevaron a la conclusión de que la muerte de Armando le estaba abriendo una puerta hacia las verdades de otro universo en apariencia remoto, desconocido…”
El descrédito y la falta de confianza en las instituciones de control social: seguridad, persecución y corrección del delito, se disparan los índices de violencia y delincuencia. El Estado pierde toda legitimidad ante la sociedad, aquella que le ha confiado su dirección.[7]
Estamos como sociedad llegando al punto máximo de agudización de la crisis institucional y social, que podría llevar a la ruptura del tejido social en que vivimos, dada la poca legitimidad institucional con que cuenta el gobierno y las instituciones estatales.[8]
Cap. 18
P. 130
“El investigador se quedó pensativo. Miraba sin mirar al patólogo. El, como hombre de la calle, como un testigo de lo cotidiano, veía, sentía y se enteraba a cada paso de las trágicas eventualidades. Las noticias eran pródigas en homicidios, confrontaciones sangrientas, atracos, crímenes insólitos. Con una elevada dosis de irracionalidad, de locura.
Una orgía de violencia desaforada y sangre recorría como una niebla asesina las calles, los hogares, los barrios, todos los escondrijos, hasta los más inusuales y furtivos.
Si un hombre como aquel, meditó Severino, se sentía aterrado por la cantidad de cadáveres que se acumulaban frente a sus ojos, de verdad que la situación era más peligrosa de lo que podía imaginarse. Superaba todas las presunciones”.
Cap. 21
P. 158
“La pestilencia era inaudita. Niños desnudos merodeaban apáticos, como si esa atmósfera infernal que oscurecía los sentidos les fuera normal y cotidiana. La piel plagada de pústulas, los ojos desvaídos, la mirada apagada y el pelo amarillento sobresalían en los cuerpos esqueléticos. Mujeres y hombres tropezaban con los visitantes de manera aviesa e intencional y les miraban de manera retorcida. A sus espaldas les seguían con muecas de odio, ira y burla.
Desde la misma entrada al pasadizo fangoso y alucinante a los dos hombres les preocupó que individuos con un virulento aire de pandilleros afroamericanos —gorras de grandes viseras, camisetas deportivas triple equis, jean a media rodilla, zapatos de colores chillones y chaquetas grises y negras con capuchas— los examinaron con un gesto irreconciliable de labios torcidos y miradas violentas… Uno de ellos —bajo y jorobado, con parte del cráneo hundido— preguntó, con voz aflautada, sin dirigirse a nadie y de forma ominosa: ¿Saldrán vivos? ¿Saldrán vivos? ¿Saldrán vivos?”
Cap. 37
P. 283
“Guillermo Severino miró la ciudad sombría y opaca que se entregaba a sus ojos. Una ciudad de colores abatidos, sin sol, sin brillo. De personas que caminaban cercadas por el miedo, mirando hacia la tierra, cuidando de no tropezar y caer debido a los obstáculos innumerables del camino, o por el peso monstruoso que acarreaban sobre sus hombros.
Las calles eran como desconcertantes laberintos plagados de angustia. Los rostros que encontraban a su paso se les figuraban como odiosas y vengativas presencias sobrenaturales que los maldecían y extendían sus manos deformes y viciosas con la intención de atraparlos y hacerles daño. Las calles enemigas. Las calles enemigas, se repitió Severino”.
Como toda crisis, esta representa una oportunidad de reinventarnos como sociedad, reorganizarnos y construir una nueva institucionalidad que marque un nuevo rumbo a favor de la convivencia civilizada y la existencia de un Estado que armonice con su conducta con los requerimientos del desarrollo social.
De esa manera, nuestras calles pasarán a ser amigables.
[1] Cabral Ramírez, Edylberto et al. Violencia en la República Dominicana: tendencias recientes. Universidad Autónoma de Santo Domingo, R.D.
[2] Ibídem.
[3] López Fernández, María del Pilar. El concepto de anomia de Durkheim y las aportaciones teóricas posteriores. Iberóforum, Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, vol. IV, núm. 8, juliodiciembre,2009, pp. 130-147. Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, Distrito Federal, México.
[4] Santana, Snayder. Fenomenología de la delincuencia y la anomia social dominicana. Publicado el: 20 julio, 2018. En: http://hoy.com.do/fenomenologia-de-la-delincuencia-y-la-an…/
[5] Ibídem.
[6] Lorenzo, Fidel. La anomia social dominicana. Publicado en:
https://acento.com.do/…/8294489-la-anomia-social-dominicana/
[7] Santana, Snayder. Fenomenología de la delincuencia y la anomia social dominicana. Op. Cit.
[8] Ibídem.