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Crónica de Sabaneta
Seíto Cabrera: reminiscencia de un acordeonista
Eran los últimos meses del 1962, para ese año mi tío Merced Carreras obtuvo muy buenas cosechas de arroz y de café, lo que significó un buen año para mi tío. Empero, existía otra razón muy poderosa para que tanto mi tío como mi padre, se sintieran contentos. Pues ambos habían abrazado la candidatura de Bosch, el hombre del discurso a favor de “los hijos de Machepa”, en contra de “lo carros pescuezo largo”; toreando al “buey que más jala”, y portando “la luz que más alumbra”. Bosch con ese discurso
inigualable resultó el candidato ganador de manera abrumadora en los comicios del 20 de diciembre.
Mi tío vendió sus cosechas de arroz y de café a muy buen precio. Con el dinero obtenido, decidió instalar una pulpería. La vecindad, cuando supo la noticia, se puso muy contenta, pues los colmados más cercanos estaban en la Leonor, en El Aguacate y en El Montazo, todos distanciados a 7, 8 y 10
kilómetros.
La fecha escogida para darle apertura al nuevo negocio fue el 23 de diciembre. Mi papá era amigo del trago y los ambientes festivos. En cambio, mi tío era ajeno a todo eso. Papá a sabiendas de que un baile
atraía a la gente, le aconsejó al tío que inaugurara el colmado con una fiesta amenizada por el acordeonista Seíto Cabrera. Para entonces Cabrera era el acordeonista más experimentado de todo Sabaneta. Por demás, excelente afinador de acordeones y muy buen mecánico de dichos instrumentos.
Mi tío, que era poco entendido en esos asuntos, preguntó a mi padre: ¿Y ese hombre no cobra muy caro? De eso me encargo yo, contestó papá. La noticia de la inauguración del nuevo colmado se haría con una fiesta amenizada por Seíto Cabrera, se regó como pólvora en toda en toda la comunidad.
El 23 de diciembre, a eso de las cuatro de la tarde, se apareció el renombrado músico a mi casa. Llegó acompañado por un güirero y un tamborero, cada uno transportado en un caballo. Para entonces, yo contaba con 8 años de edad. Nunca había visto un acordeón. Me impresión enormemente aquel aparato y me me pareció como algo mágico, cuando vi que Seíto lo sacó de una de las árganas de su montura y se lo llevó al pacho. Comenzó a apretar teclas y a producir sonidos, aquello era emocionante. Mientras mamá le preparaba un apetitoso chivo con arroz blanco. Güirero y tamborero, acompañaron al acordeonista. En tanto el melódico aparato abría sus encías y Seíto cantó al compás de los fuelles un bien logrado merengue del que todavía recuerdo algunos versos:
Se murió Puchito en Valverde, Mao,
Yo tengo una pena que muero parao. Aunque yo me encuentre durmiendo en el suelo,
No me de tu cama, que no te la quiero.
Aunque yo me encuentre durmiendo parao,
No me de tu cama, que estoy acotejao.
¡Caramba! Mercedes
¡Caramba! Mamá
Déjenme morir con tranquilidad…
A eso de las seis de la tarde, la casa del tío era toda una muchedumbre; hombres, mujeres del Arroyo del Montazo, de Loma Escondida, del Montazo, y de todo el entorno serrano, se dieron cita esa memorable inauguración de la pulpería de Merced Carreras y Matilde Aguilera. No obstante, más que a la inauguración de un colmado, todos fueron convocados por la espectularidad que significaba, asistir a
una fiesta amenizada por el rey del acordeón de todo Sabaneta. Todos estaban a la espera de los músicos para matar la noche bebiendo ron a pico de botella y bailando esos melodiosos merengues al estilo Seíto Cabrera.
A eso de las siete, ya casi oscurecido, papá, Juan, mi hermano mayor, salieron secundados por los músicos hacia el lugar de la gran fiesta. Horas después mamá y mis hermanos menores nos fuimos a
acostar. Esa noche dormí muy poco, recuerdo que todavía bien tarde, oía la tambora y el acordeón comiéndose el resto de la noche. La fiesta terminó de madrugada y los músicos acabaron de amanecer en mi casa.
Mientras ellos dormían un par de horas más, papá les preparó, tres cargas de arroz pulido en pilón, plátano, yuca, yautía y ñame. Además sacrificó un marrano y le envolvió a cada uno una porción del animal en hojas de plátano secas. ¡Claro!, que la fracción de Seíto fue mucho mayor.
Después de un suculento desayuno con las vísceras del puerco sacrificado. Montaron en sus bestias y con un agradecido adiós, se perdieron en el camino cubierto de pino. Fue esa la primera y la última vez que vi al genial músico. Muchos años después supe que se trataba del padre de nuestra Fefita La grande.
Más de medio siglo después, recreo en mi memoria hermosos fragmentos de esa noche en que Seíto
Cabrera, que ahora está en el cielo, puso mi comunidad a bailar.
¡Dios bendiga a Sabaneta!