NACIONALES
Distancia entre adulones y hombres de buen juicio de Estado
“Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”. Séneca
Durante mucho tiempo la mayoría de los presidentes del país han tenido la más firme convicción de que quienes les aconsejan bien o le susurran al oído algunas verdades desapacibles, no son pájaros de buen agüero en sus alrededores. Quizás sea esta la razón por la que tenemos muy pocos funcionarios que se atrevan a dejar atrás las falsas poses y la renuencia ancestral a revelar hechos incómodos con toda libertad.
Los consejeros buenos, es decir, discretos, prudentes y objetivos, son un gran déficit en nuestra vida gubernamental. Quizás porque deja más dividendos retorcer los hechos, adornarlos u ocultarlos que adoptar la rara posición de la obstinación con la verdad y los principios.
Un consejo maquiavélico actual
Mientras más conozco la dinámica gubernamental, más me refugio en lecturas que creía superadas, algunas de clara estirpe clásica. Una de ellas, El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, contiene valiosas directrices para enfrentar a los “aduladores que abundan en las cortes”.
Muchas de las reglas propuestas por este gran conocedor del funcionamiento de los estados de su época, así como de la psicología de sus gobernantes, conservan hoy toda su frescura y actualidad, su vigor expositivo y fortaleza argumentativa, más para quienes tienen el mérito de ser parte de la Administración Pública de nuestros días.
¡Cuántos funcionarios adulones por ventajas efímeras y circunstanciales! ¡Cuánta odiosa prevalencia de los intereses personales por sobre los de la sociedad que ellos creen erróneamente inmovilizada! ¡Cómo saben magistralmente fingir la mentira, acomodar los hechos y adornar su desprecio por el bienestar de sus conciudadanos en párrafos altisonantes hilados con astucia y maldad!
No se trata de la presente administración: hablamos de la cultura milenaria de la simulación y la hipocresía que domina las altas cortes palaciegas modernas y de la que, de manera particular, desde 1930, nuestro país no ha podido zafarse. Y esa cultura, al decir de Maquiavelo, es una verdadera calamidad.
Escribía el gran diplomático que “…no hay otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto. Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y sólo en ellas.
“Pero debe interrogarlos sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y después resolver por sí y a su albedrío. Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore que será tanto más estimado cuanto más libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a ningún otro, poner en seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento. Quien no procede así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de parecer, es tenido en menos”.
Isidoro Santana: un buen ejemplo
Todos los que estamos en la Administración Pública sabemos que la existencia absolutamente innecesaria de cargos, los solapamientos y duplicaciones de funciones, los gastos irracionales y el parasitismo de muchos mal llamados servidores (que cobran, no trabajan y se marchan a sus casas apresuradamente antes de culminar formalmente la jornada) definen una realidad costosísima que solo los aduladores de un presidente podrían ocultar.
Cuando fungía como director general en la antigua Digenor afirmaba, ante el asombro de muchos, que la mejor forma de ayudar a un presidente desde una posición importante era plantear abiertamente, con franqueza y exhibiendo hechos irrefutables, los problemas. Que los funcionarios debían no solo tener ese derecho, sino ejercerlo con libertad.
A veces pasa. El ministro Isidoro Santana es un economista profesional, experto en transparencia, crítico constructivo por naturaleza y comprometido con el progreso de esta nación. Ante las cámaras aceptó que existe el dispendio de recursos en el Estado y que es necesario abordar creativamente el tema del rescate de la confianza en las instituciones públicas. Como yo y miles de ciudadanos, planteó que no podemos seguir premiando la corrupción y la impunidad y que, como afirmamos en la entrega de la semana pasada, existe una relación directa entre corrupción y pobreza.
En el contexto de sus obligaciones, los funcionarios deben dar consejos siempre y nunca dejar de hacerlo por temor a sufrir la típica remoción del cargo u otras consecuencias, como la degradación. Los que plantean los problemas y sus soluciones factibles pensando en el bien común, honestos, discretos, juiciosos, formados y determinados, son los que necesita a su lado cualquier presidente. Santana es un buen ejemplo.
Fuente: acento.com