NACIONALES
Escribir por escribir
Por:
Eloy Alberto Tejera Eloyalbert28@hotmail.com
Escribir por escribir. Casi todos hemos caído alguna vez en ese desatino. ¿Quién no ha sido abrazado en determinado momento por ese protervo instinto? Si no se tiene nada que decir, mejor es guardar silencio. Con éste no dañamos a nadie, y mucho menos nos convertimos en sacrílegos de una página que corría mejor suerte cuando estaba en blanco, cuando nadie había osado en signar en ella criterios sin fuerza, o quizás ideas y afirmaciones que no son más que remedos de mentalidades más altas.
El ensayo, el artículo, o el escrito de cualquier naturaleza, no deben ser un terreno donde competir para demostrar quién ha leído más o a quien tiene más capacidad de cita. La erudición no debe constituirse en un lastre, en un pedazo de roca que lastime la imaginación y a la inteligencia aplaste. El ensayo creativo nace con alas. El académico, con una muerte prematura. Quien escribe artículos creativos se desvive por la frase que ilumine, se desvela por la sentencia que sorprenda.
Debo evocar el caso de Jorge Luis Borges, en quien el ensayo, adquiere otra dimensión. Una cima de águila. Lo personal roza, y de ahí parte de la grandeza alcanzada. Si un escritor opta por darse una ablución en las aguas del citar en demasía, terminará ahogándose en esas procelosas y ajenas aguas.
Escribir es como respirar: cada quien establece un ritmo. Una acción tan vital no se puede hacer desde el otro. Es un error frecuente en quien es víctima del ego o del exhibicionismo, el ponerse a citar una caterva de autores para enrostrarle al otro una facundia o un estar al día que no resuelven en sí nada. Conozco escritores que no sueltan una línea de su alma, que no vomitan un personal dolor o goce.
Embardunar un artículo o ensayo de citas es quitarle hermosura, es afearlo desde el punto de vista espiritual y estético. ¿Qué piensa el autor del tema? Es lo que al lector le interesa, no una retahíla de citas traídas a la fuerza. Hasta para poner una coma deben citar, hasta para dar el paso más corto deben ponerse unas botas ajenas.
Escribir con sabiduría e inteligencia, no es citar. Es otra cosa. Saber desentrañar sutileza o acercarse al corazón de las cosas no tiene que ver nada con esta maraña de pregonar ideas ajenas, criterios ya machacados por cerebros antiguos.
No se puede tener miedo de introducirse en el ensayo, de salir, de mostrarse uno mismo. En ese caso, no significa que el ego vaya a ser el elemento central del tema, ni que queramos ser protagonistas. No es que vayamos al ensayo a hablar de nuestras experiencias personales o historias de vida, sino que el lector tenga bien claro que lo que planteamos proviene de nuestras más íntimas reflexiones. Lo que un autor famoso dice sobre cierto tema ya es conocido. Llamará más la atención lo que tú digas. Si un lector quiere leer a un autor, va a él. Como escritor tú no puedes pensar que él sea tan estólido.
Fanal ha de ser la cita, porque, sin duda, ofrece más luz en torno a lo explicado. Pero si nos acercamos mucho a éste, quedaremos ciegos.
Autores hay a los que leemos y nos damos cuenta de que no tienen nada que decir. Nada en la bola. Son lanzadores a quienes los bateadores se la ven desde que sale de la mano. Simplemente son voceros o copiadores de otros. Llenan sus textos y se impulsan con citas. Una página de ellos está atiborrada y secuestrada por conceptos que ya dijeron otros y que han envejecido.
Leo y quiero darme cuenta y enterarme qué piensa ese otro. Si quisiese saber qué dijo por ejemplo Borges sobre un tema, me iría directamente a la fuente, a la del ilustre argentino. (Quien por cierto, prestigió el bastón y la ceguera). Por eso resulta cuesta arriba y aburrido el leer a un escritor que se pasa la vida citando.
Si el otro ha sufrido, yo quiero que me haga un sentir aunque sea un estertor de aquel episodio. Si está sudando, que me haga sentir lo que es una gota, si está enamorado, que los latidos del corazón sean dibujados.
Ni la genialidad ni la inmortalidad se traspasan. Citar autores no le da más profundidad a un texto ni le garantiza mayor calidad a lo que se escribe. Hay que saber meter autores en la página. Eso es una página de doble filo. Si se cita mucho, se corre el riesgo de que el lector termine conociendo más al susodicho que a quien escribe.
El citar por citar es una enfermedad, un terrible virus. Y hay que vacunarse de ese mal, muy temprano, recogiéndose en uno mismo.
El pensador que para dar un paso tiene que ponerse las botas ajenas no merece que le prestemos atención y mucho menos nuestros valiosos ojos. La sinceridad, amigos, es lo que da fuerza, esa potencia misteriosa del alma.
El autor es escritor y periodista.
Fuente: elnacional.com.do