OPINIÓN
El piloto que le quitaron las alas y siguió volando
Por Lincoln Minaya
El título resuena en mi mente: El piloto que le quitaron las alas y siguió volando. Esa es la obra que un día, con ilusión y empeño, pensé y pienso escribir. Aún recuerdo cómo se iluminaron los ojos de mi querido amigo y mentor, el inolvidable Carlos Sosa, cuando le compartí esta idea. Con su entusiasmo y aliento, me hizo sentir que podía transformar esa historia en un libro memorable, quizás uno de esos relatos que, como él me decía, podía convertirse en un «best seller». Pero la vida, con su impensable curso, lo apartó de mi lado un fatídico 20 de junio de 2014, dejándome con el corazón entristecido y el espíritu quebrado. Su partida no solo apagó una luz en mi vida, sino que se llevó la chispa que encendía en mí el deseo de escribir esa obra que tanto él anhelaba ver realizada.
No obstante, el tiempo y las lecciones de la vida me han enseñado que las caídas no son el fin del camino. Al igual que aquel piloto, quien, pese a perder sus alas, nunca dejó de volar en el alma, decidí volcar mi energía en otro proyecto lleno de sentido: crear un medio de comunicación que llevara información y esperanza a la región nordeste. Así nació Tenarenses.com, un portal que se forjó sin fronteras ni limitaciones, porque entendí que confinarlo solo al pueblo de Tenares sería como ponerle un techo al vasto cielo. En cada paso de este viaje, he labrado con amor y compromiso una senda de esfuerzo y entrega que ha desafiado las adversidades y el escepticismo de muchos.
Este camino no ha sido fácil. He sentido en carne propia la resistencia de aquellos que, carentes de propósito, se niegan a ver con buenos ojos las iniciativas altruistas. Y sí, he enfrentado esa feroz oposición y el peso de una incomprensión que busca frenar, no construir. Pero esa fuerza negativa no ha logrado detenerme; al contrario, me ha impulsado a avanzar con más ímpetu, convencido de que mis esfuerzos tienen un propósito superior: el de servir y contribuir, dándolo todo sin dañar a nadie.
Cada avance ha tenido su costo. He conocido la soledad de los que deciden quedarse cuando el panorama se oscurece y la fuerza para perseverar se torna en el único refugio. Aquellos que alguna vez creí cercanos se alejaron, mostrando la fragilidad de su compromiso. Pero fue en esos momentos cuando descubrí que poseo la valentía de un león y la visión de un águila. Comprendí que la verdadera riqueza no reside en lo material, sino en la integridad y el amor por lo que se hace.
Hoy, al mirar atrás, veo el sendero recorrido con una mezcla de asombro y gratitud. Lo que en un inicio parecía un sueño lejano, se ha convertido en una realidad tangible. He construido un camino de servicio que va más allá de las expectativas que alguna vez me planteé, llevando a cabo una labor comprometida con los más altos intereses de nuestra sociedad; y es en todo ese proceso que me ha tocado vivir, en el que Carlos Sosa prendió en mi la llama de la escritura, debo decir que he contado con los invaluables consejos de seres iluminados como Adriano Cruz Marte, José Aníbal García, Pedro Carreras (EPD), Ysocrates Andres Peña, Isaac García de la Cruz, Narciso Acevedo Marte, Díasneli Paulino, entre otros seres especiales a los cuales les profeso mi agradecimiento eterno, y es imposible que deje de mencionar a mis hijos que han sido en cada momento de mi vida la mayor fuerza inspiradora que emana de mi ser.
La vida, en su inmensurable sabiduría, me ha mostrado que el rencor y el ego son cargas que no merecen espacio en nuestras mochilas. El odio, la insatisfacción y el resentimiento solo envenenan el alma y nos desvían de lo verdaderamente importante. He aprendido que la grandeza reside en dar lo mejor de uno mismo, en mantener la autenticidad y en construir relaciones basadas en la honestidad y el respeto mutuo.
Por eso, a quienes hoy leen estas líneas, les digo: mantengan su esencia, entreguen lo mejor de su ser y confíen en que su esfuerzo será recompensado con cariño y respeto. En esta travesía, cada paso cuenta, y al final del camino, lo que perdura no son las posesiones, sino la huella que dejamos en el corazón de los demás. La vida es un regalo valioso, y vivirla con nobleza y gratitud es el mayor tributo que podemos ofrecer.