Por Raquel Ortega

Arroyo Seco, Tenares.- Nacido el 15 de enero de 1928, emerge en la trama del tiempo como el primogénito de Jacobo Henríquez y Dalinda Peña, en una sinfonía de vida que abrazó a 16 hermanos. Su corazón, impregnado de sabiduría desde el inicio, se adentró en el mundo de la enseñanza en 1950, cultivando mentes y sembrando semillas de conocimiento.

El destello del amor se manifestó en su unión sagrada con Lidia Catalina Paniagua el 28 de diciembre de 1955, dando origen a una familia compuesta por 8 hijos, donde cada rostro encierra historias tejidas con hilos de afecto y valores.

Marino, como maestro errante, esculpió su legado en las aulas, marcando con su tiza la geografía del aprendizaje en Barahona, San Cristóbal, Santo Domingo y Licey Santiago. Pero su viaje trascendió fronteras, llevándolo a las orillas de Estados Unidos en 1962, donde, con la mochila cargada de sueños y una beca como brújula, exploró nuevos horizontes.

Más allá de las efemérides, el latir de su corazón resuena en sintonía con la naturaleza. Sus ojos se llenan de la poesía de los bosques, ríos y montañas. El sol, la lluvia y el viento eran los versos de un poema divino que entona en su alma.

Marino, guardián de la tierra, nos ha legado un llamado ferviente. En sus palabras, el eco de la madre naturaleza resonaba como un canto ancestral. Nos instaba a cuidar con amor, a ser custodios apasionados de este patrimonio divino, un regalo de Dios para todas las generaciones.

Su semblanza no se limita a las fechas y hechos, sino que se expande como un río de inspiración, recordándonos que en la unión de amor, enseñanza y respeto por la naturaleza, se forja un legado imborrable. #MarinoHenriquez

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