CULTURA
Oda a Pedro
Por Diógenes Díaz Torres
Sucedió en Sabaneta, una primavera
en El Montazo, para ser exacto
disfrutaba Dios de un día de campo
y deslumbrado ante su propia creación
le pareció bueno, que el mundo supiera
de las múltiples formas de belleza
en ese apacible rincón;
y es así como nace Pedro.
Luego fue tiempo de crecer
(como crecen los campesinos)
en simbiosis con el entorno
desarrollando vínculos fraternos
dentro y fuera de su especie
así fue subiendo Pedro
rico en muchas cosas buenas
de esas que no tienen precio
y mitigando precariedades
en el regazo de la naturaleza.
Pronto fue tema en la comarca
la inteligencia del niño
que lee en las “Horas Santas”
augura los pasos del día
entiende el dialecto de la noche
y en la escuela, va puntero.
Así fue creciendo Pedro
con sus laboriosas manos
al servicio de los suyos
y sus pies descalzos
esculpiendo los caminos
principalmente, aquel enjuto
que encauza la lluvia
hasta el riachuelo
cuya agua transparente
según cuenta la leyenda:
una vez en las venas
transmuta en apego;
sentimiento que por siempre
ha abultado el equipaje
del otrora joven agricultor
arrancado de su lar
por la propulsión de sus sueños.
Y llegado a este punto
es cuando caigo en cuenta:
es poco envase, un poema
para abreviar una trayectoria
tan dilatada como la de Pedro
la cual excedería, incluso
el poemario: “Vida y Obra de un Grande”
cuyo contenido, me permito bosquejar:
Don Pedro, sabanetero ilustre
triunfador en el conjunto de los roles
que definen a un hombre cabal;
la vida lo contempla con cierta admiración
porque jamás se rinde
y pierde o gana en buena lid,
por tanto, nada ni nadie
ha podido doblegar su dignidad.
La patria tiene en este hijo
un referente de primer orden
siempre que se hable
de anteponer el ser al tener.
Don Pedro y su gran amor
una dama con alma de poeta:
Marta Celi Fernández, ¡hermosa mujer!
(esposa, amiga y sostén)
con quien procreó su continuidad
cuatro lumbreras en ciernes
que dan testimonio de un hogar
cimentado en valores
donde Dios es prioridad
y la educación, ocupa un lugar cimero.
Habla bonito de un hombre
ser artífice de una familia ejemplar.
Don Pedro y los libros.
Fructífero concubinato
del cual se deduce
que cuando la lectura es mucha
escribir se torna inevitable,
así lo atestiguan
más de una docena de obras publicadas
e importantes lauros conquistados;
muestrario que da la certeza
de estar, ante un intelectual
un diestro domador de la palabra
cuyo tesón lo ha erigido
como una autoridad literaria
admirada y respetada
en el intrincado mundo de las letras.
Don Pedro y Tenares
nupcias imperecedera
entre una tierra bendecida
que emana en gran manera:
plátano, cacao y gente de bien
y el profesional de la agropecuaria
recién llegado a esos lares
tras la convocatoria del deber.
Prohijado en el jardín de las amapolas
gracias a los méritos alcanzados
como tenarense de alto vuelo
hoy celebra con humildad
ser hijo distinguido de dos pueblos.
Don Pedro y Sabaneta
protagonistas de un amor
resistente a cualquier tipo de ausencia
varias veces campeón
en rompimiento de barrera;
el suyo es un sentir
de esos que invernan
aguardando en silencio
el veredicto de los años.
¡Oh Sabaneta, mi fin de trayecto!
no sé cómo le hace
para estar en el Noroeste
y en el corazón de Pedro.
Queda advertida la muerte
cualquier intento contra don Pedro
fuera de los límites de su lar
será declarado un simulacro
porque lugares hay muchos para vivir
pero solo uno, cuando se trata:
de nacer o morir.